Le Rêve
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Sueño e inconsciente real

Ram Mandil

Ram Mandil

Voy a partir de la clásica afirmación de Freud de que el sueño es la vía regia de acceso al inconsciente. Y que el modo de recorrer esta vía es a través de la interpretación, en la medida en que el sueño es un mensaje cifrado por medio del cual se cumple la realización de un deseo.

Podemos decir que el sueño que demanda interpretación apunta para el inconsciente, pero también para la transferencia. Significantes son dirigidos al analista con la expectativa de emergencia de un efecto de significación y la consecuente liberación de una verdad retenida en las redes de los sueños.

Por otro lado, podemos preguntarnos de qué manera el sueño puede también ser considerado como un vía de acceso al inconsciente real.

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En el momento en que Freud pasa a analizar los sueños traumáticos, tal como los presenta en “Más allá del principio del placer”, se constata que los sueños no parecen estar exclusivamente al servicio del principio del placer y de la preservación del sueño, sino que vienen asociados a los efectos perturbadores de otro principio que está más allá de la producción del placer.

Podemos decir que la consideración por el inconsciente real en los sueños debe tener en cuenta no solamente la relación entre sueño y realización de deseo, tal como Freud lo había postulado desde el inicio, sino fundamentalmente las relaciones entre los sueños y las pulsiones.

En ese sentido, voy a proponer aquí que podamos considerar dos modalidades de relación entre sueño e inconsciente real, a saber, el encuentro con el ombligo del sueño y el despertar

 

El “ombligo del sueño”

Una primera consideración sobre el modo de inscripción de lo real en el sueño puede ser asociada a lo que Freud denominó “ombligo del sueño”, esa parte del sueño que se resiste a la interpretación. El “ombligo del sueño” no se presenta como una laguna sino como una trama, como una “una madeja de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar, pero que tampoco han hecho otras contribuciones al contenido del sueño.”[1] Desde el punto de vista semántico, el ombligo del sueño es del orden de una opacidad, como “el lugar en que [el sueño] se asienta en lo no conocido (Unerkannt)”.

En una respuesta a una pregunta de Marcel Ritter, ya desde la perspectiva de sus últimas enseñanzas[2], Lacan observa que ese Unerkannt no debe ser tomado como lo desconocido -como normalmente se traduce -, sino como aquello que “no es reconocido”, y que se puede aproximar a la Urverdrangung de la represión originaria. En ese sentido, el ombligo del sueño puede ser aprehendido desde una doble perspectiva: por un lado, puede ser considerado como un agujero – por donde el sentido se escapa – y por el otro debe ser reconocido como un stigmata,como una cicatriz, como lo que en el sueño es “la marca de exclusión del parlêtre en relación a su origen”, de su origen, por ejemplo, como “ser placentario”. En ese sentido, en algún lugar del sueño, la representación del sueño conserva la marca de los límites de la propia representación.

Luego, Lacan va a considerar el “ombligo del sueño” en su dimensión corporal. Solamente podemos referirnos al ombligo como una trama, como un enredo, como un nudo, si tomamos en consideración que está en relación a un “orificio que se cerró” (“qui s´est bouclé”).

De ese modo, el “ombligo del sueño” puede ser asociado a la emergencia en el sueño, de lo que está fuera de los límites de la interpretación. Y esta opacidad se produce justamente por el enmarañado de sentidos posibles. Podemos decir que es por ese efecto de agujero que –al estilo de Joyce- el sentido se vacía, produciendo, con su fuga, el efecto de real que allí se inscribe.

 

El despertar

Otro modo de considerar el inconsciente real a partir de los sueños puede ser pensado en relación al despertar. Hay aquí una distinción a ser considerada, a partir de la indicación que Silvia Baudini y Fabián Naparstek nos trajeron en la Soirée de l´AMP en enero último. O sea, de que, para Freud, el sueño, como vía de acceso al inconsciente, es considerado desde la perspectiva de un “deseo de dormir”. Y que, para Lacan, la cuestión que se presenta en su consideración por el inconsciente proviene de la relación entre el sueño y el despertar. Será a través del despertar que Lacan reconocerá en el sueño una nueva función, más allá de la prolongación del deseo de dormir.

Para ser más preciso, podemos decir que las marcas de lo real no estarían en el despertar en sí, sino en aquello que, en el sueño, provoca el despertar.

Es por esa vía que le dará una nueva interpretación al sueño “Padre, acaso no ves que ardo”, distinta de aquella en que Freud reconocía en el sueño un deseo del padre de tener la presencia del hijo aún vivo. El acento recae sobre lo que provoca el despertar –no el ruido de la vela que cae en el cuarto de al lado- sino específicamente sobre la frase dicha por el hijo en el sueño – “Padre, acaso no ves que ardo”- frase esa que, para el padre, toca lo insoportable. El despertar surge aquí cumpliendo una doble función: la de recomposición de una “realidad constituida y representada”[3] – por lo tanto, como una defensa que restituye, de cierto modo, el soñar, incluso en vigilia – y al mismo tiempo revela la presencia de lo real en ese despertar, cuando el sueño se choca con la falta de representación de lo cual solo existe un lugar-teniente (Vorstellungsrepräsentanz).

Aún desde la perspectiva del despertar, cabe tomar en cuenta las consideraciones de Lacan sobre las relaciones entre el despertar y el cuerpo, tal como lo encontramos en la breve nota de Catherine Millot elaborada a partir de una pregunta que ella dirige a Lacan, en 1977, respecto a un “deseo de muerte” tal como Freud había evocado en el principio del Nirvana[4].

No cabe aquí explorar todas las resonancias de la respuesta dada por Lacan, sino apenas destacar la relación que establece entre el despertar y el cuerpo. Para Lacan, no hay como desconsiderar en el parlêtre la incidencia del aparato del lenguaje sobre el cuerpo y es justamente eso que asegura la consistencia y la duración corporal. El “despertar absoluto”, a ser entendido aquí como un despertar inclusive del cuerpo, como, por ejemplo, su liberación de lo simbólico, es algo que no se sostiene, pues confluye con su destrucción, pues sería un cuerpo entregado al goce de la pulsión de muerte. Lacan llega inclusive a referirse a la idea de un “despertar absoluto” como siendo ella misma un sueño, donde se llegaría a “una total y absoluta consciencia”, en la que se alcanzaría un saber absoluto sobre lo real, inclusive sobre la relación sexual. En ese sentido, se puede decir que la vida, como encarnada, está más allá de todo despertar absoluto. Y, podemos decir que, por el hecho del parlêtre ser habitado por la lengua, su deseo siempre estará al nivel de los sueños.

Para concluir, quisiera llamar la atención sobre la extensión de la noción de sueño en la enseñanza de Lacan; el sueño no está sólo referido al dormir, pero como subraya Lacan, uno sueña también en el estado de vigilia. Valdría la pena explorar más esta presencia del sueño en la vigilia y los signos de que, aun despiertos, estamos soñando. Pero hay otro punto que creo interesante poder ser discutido en nuestro Congreso, es decir el de que soñar es algo que también se refiere al cuerpo, ya sea, por la perspectiva de que el cuerpo sueña, de que aquello que mantiene la consistencia del cuerpo tiene la estructura de un sueño.

Y que el deseo que de ahí pueda surgir esté advertido tanto en relación a la naturaleza de sueño de esa consistencia como de lo real que allí se manifiesta.

 

Un sueño

Después del pase, un soñador continúa teniendo sueños frecuentes con el analista.

Uno de esos sueños llama la atención. Es una escena. El analista está delante del analizante, los dos de pie. El soñador está en la posición del espectador y registra el diálogo:

El analista: -“Yo nunca me interesé por nada de lo que vos decías o hacías”

El analizante: -“Pero eso es la peor cosa que alguien puede escuchar del Otro!”

El soñador no despierta. Lo que le llama la atención no es tanto la dureza de la frase proferida por el analista, sino la respuesta que fue dada. Respuesta con la cual no se identifica más.

La frase del analista no genera ningún resentimiento, ningún lamento, ninguna demanda. Sin embargo, la presencia evanescente del analista allí se marca, a través de su enunciación y del direccionamiento.

¿Qué hacer con ese sueño cuando se da en el espacio del ultrapase?

Al soñador le pareció, en un primer momento, que no correspondería más direccionarlo a la interpretación del analista. Pero, al mismo tiempo, estaba seguro que debía darle algún destino. De que era necesario hystorizarlo.

Lo que permitirá al soñador comprobar que aquello que de hecho operó en el análisis no fue el interés del analista por aquello que el analisante decía o hacía, sino la marca de una presencia, que puede ser reducida a un decir.

NOTAS

  1. Freud, S. La interpretación de los sueños. EN: Sigmund Freud Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu editores. Volumen 5, 1991, p. 519.
  2. Lacan, Jacques. Respuesta a una pregunta de Marcel Ritter. EN: El cuerpo en la orientación lacaniana Medellín : Ed. NEL-Medellin (2011), pp. 9-16 -- 206 p.
  3. Lacan, J. El Seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.Buenos Aires: Paidós, 1999, p.68.
  4. Nota publicada em L’Âne, 1981, n° 3, p. 3.